Entre las tantas y tantas ideas que me pasaban por la cabeza durante la dura intentona de ascensión al Aneto, y su posterior, agónica y terrible bajada, y vuelta al refugio, una de ellas era el símil que tenia aquella inmensidad nevada de la ladera de acceso al Portillón con el blanco de un lienzo. Aquella opresiva inmensidad me recordaba a ese "miedo" que impone para un pintor el blanco del bastidor frente a él.
Aquella inmensidad blanca llegaba, en determinados momentos, a poder crear una extraña sensación de agobio, casi rozando la agorafobia. Y su sola mirada, ralentizaba las piernas y la respiración. Pero como suele pasar a la hora de empezar a crear una obra pictórica, no se trata de mirar el blanco del lienzo sino concentrarse en uno mismo y en la idea que hay en la mente y, paso a paso, pincelada a pincelada, ir avanzando camino, ya sea cuesta arriba o superponiendo capas de color y dibujando con la pintura y e pincel.
Ahora, en estos días, desde hace unas semanas, las ideas, dejadas en maceración durante mucho (demasiado) tiempo asoman a la luz y ese impulso, pictórico y creativo, se va adueñando de mi. Un nuevo cariz se ha apoderado de ese ansia por pintar, una nueva variante que no es otra, mirándolo desde una perspectiva más amplia, que la propia Naturaleza, pero esta vez desde un punto de vista más humano.
Panorámica de la ladera de acceso al Portillón - Aneto. (C) Pep Cantó, 2012
El lienzo en el caballete ya preparado. (C) Pep Cantó, 2012
Acrílicos, pinceles, espátulas, tabletas enteladas lienzos y cartones están ya listos para su uso.
(C) Pep Cantó, 2012
Insomnio invernal. Cuadro que pinté a principios del año 2006, acrílico sobre tabla entelada. 73 x
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